La novena edición del Concurso Alacero convoca a estudiantes de las facultades y escuelas de arquitectura de América Latina con el objetivo de abordar el estudio del acero. El desafío de la edición 2016 es mejorar la calidad de vida de la población mediante la construcción de un equipamiento cultural digno, en zonas carentes de infraestructura, a modo de enfocar la atención en la revitalización de los barrios y el ordenamiento de la ciudad.
El jurado otorgó el primer premio de Argentina a los estudiantes de arquitectura Ángela Ferrero, María Agustina Nieto, María Belén Pizarro, Seizen Uehara y Lucía Uribe Echevarria, de la Facultad de Arquitectura, Urbanismo y Diseño de la Universidad Nacional de Córdoba, y a sus tutores arquitectos Santiago Canen y Nahuel Ghezan. Revisa el proyecto a continuación.
Descripción por los autores. Las ciudades deben posibilitar el encuentro y fomentar el intercambio social. Para tal fin, es necesario redefinir el carácter público de equipamientos e infraestructuras y hacer efectivo el acceso a los servicios y a la educación, construyendo así una cultura de uso del espacio público.
Actualmente, el Área Este de la Ciudad de Córdoba se encuentra seriamente degradada por haber sido históricamente el lugar destinado a emplazar cementerios, plantas de tratamientos de líquidos cloacales, basurales, incluso un centro de detención clandestino durante la dictadura militar argentina. Al mismo tiempo, en este contexto convive gran parte de la población de bajos recursos de la ciudad que carece de servicios básicos.
Emplazar un Centro Cultural en este sector implica entender las lógicas de uso y apropiación de la comunidad que va a hacer uso de él. Es por esto que planteamos a partir de una adaptación tipológica, más que un Centro Cultural, un Parque Cultural que constituye un gran espacio cien por ciento público y que tiene como fin no solo satisfacer las necesidades de las personas de los barrios cercanos si no también ser un punto de revitalización del sector, que abre la posibilidad de transformar el espacio en un punto de encuentro de carácter regional.
En contraposición a un edificio compacto y cerrado que contiene actividades dentro de si mismo, se propone un parque público con torres de infraestructura que se relacionan con su entorno próximo y con los barrios cercanos. Las mismas dotan al espacio exterior de los servicios necesarios para llevar a cabo diferentes actividades. Poseen el soporte en su interior que posibilita su uso como talleres, salas de exposición, baños públicos, instando así a una reflexión acerca del carácter público de los edificios institucionales en el ámbito local.
Exponiendo el programa del edificio hacia el espacio exterior se busca una eficiencia de recursos, ya que con el mínimo soporte posible (estructura e infraestructura) se logra que cada torre de infraestructura pueda actuar independientemente o crear un sistema de servicios mayor para contener actividades de mayor porte.
Esta operación permite una gran flexibilidad de uso: un soporte abierto -y repetible- que contempla la variabilidad a lo largo del tiempo y la inestabilidad propia de nuestro contexto.